Nov 25, 2004

Crema

Para REVISTA KADICARD Córdoba, diciembre de 2003

La crema

“¡Ya se porqué le dicen Creamfields!” grita una adolescente muy rubia, minifalda de varias capas de tul rosa y vincha con antenas de corazón. “Campos-de-crema”, le traduce la rubia a su amiga que intenta con el pie rescatar una ojota trabada en un pantano. “¿Y la crema es ESTE barro?”, se indigna la desafortunada.

Una vez más, el clima de la realidad estuvo muy lejos de los pacíficos campos verdes y el cielo azul que aparecen en la foto de promoción del festival británico en su versión local. Aún así, Creamfields 2003 no decepcionó. Con 50 mil asistentes en su Tercera Edición el pasado sábado 15 de noviembre, confirmó que sigue siendo el encuentro de música electrónica más grande de la Argentina.

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Un cielo plomizo, caliente, aguarda sin impaciencia la llegada de la gente. A la hora de la siesta, solo unos pocos jóvenes habían ingresado en el predio de 10 hectáreas en el Dique 1 de Puerto Madero. Un enorme espacio verde a metros de La Boca y de San Telmo separado de la ciudad por un hilo de agua y rodeado de flamantes edificios de lujo.

Pasan las horas y la gente aumenta como la música en volumen e intensidad. La fiesta entra en clima. Pero la temperatura en lugar de subir, baja sin pausa. Tanto, que a las 21, cuando la mayor parte de los 30 mil asistentes ingresa en el predio por la única entrada, ráfagas heladas de viento huracanado envuelven el lugar, como queriendo traspasar los hules de las nueve carpas.

Finalmente, la lluvia se desata sobre el predio y lo inunda. La cola de una cuadra de personas que esperan para entrar, de idéntica longitud durante horas, es un calvario. Gritos y corridas para pasar lo antes posible por los controles y escapar del diluvio. A nadie se le ocurre volver.

El agua empapa todo y a todos. Calla y apaga las luces el escenario principal al aire libre, montado en un círculo verde central. La gente corre y patina por los senderos inundados buscando refugio. Algunas luces exteriores se apagan. Adentro de las carpas, la fiesta sigue y el vapor lo invade todo.

En Alternative Beats, la tienda redonda más colorida de todas, suenan, como nunca, los Catupecu Machu. Han preparado un tema especial a puro bajo y batería, y una versión especial de “Héroes Anónimos”, para que: “¡Baile la gente Creamfield”, según la invitación del líder.

Zapatillas embarradas

En cada una de las carpas miles saltan al ritmo de los DJs. Punch-punch-punch. Empapados. Ya nadie puede saber a qué hora pasará qué cosa (los cronogramas, que habían estado a la venta, se agotaron al cabo de unas horas, y perdieron toda vigencia con el temporal). Mientras tanto, afuera, la lluvia ha parado.

Los primeros en darse cuenta se agolpan en los stands de comida y bebida. La mayoría no come nada, ni toma alcohol. En esta fiesta prefieren bebidas ricas en cafeína y la vedette es el agua mineral sin gas ($5, $4).

A medida que los asistentes van saliendo de las carpas, al ver con desconfianza cómo asoman algunas estrellas, el césped se va borrando y el barro gana terreno. Charcos, pantanos y ríos de tierra mezclada con agua invaden la superficie. Eso tampoco va a importar. Al escenario principal ya ha subido el holandés Junkie XL, y hace saltar a las zapatillas mojadas. Fuegos artificiales cierran su show, y sorprenden a algunos que miran desde la lejanía. En esta megafiesta siempre hay alguien haciendo otra cosa, en otro lado, simultáneamente. Los fuegos son una de las pocas atracciones que logran captar la atención de casi todos.

Cinco muchachos que compraron el merchandising oficial y visten sus flamantes remeras con el símbolo tríptico se detienen sobre un tablón – una de las rampas improvisadas por los organizadores en aquellos lugares que habían quedado anegados por la inundación—a ver el espectáculo de explosiones. “¡Ahí están los cincuenta mangos de la entrada!”, exclama uno de ellos.

La fiesta está en su punto máximo. Ríos de gente siguen ingresando sin pausa y la noche se ha entibiado. En el escenario principal –“el main” en la argentinización de la propuesta comercial—comienzan a sonar los Babasónicos. Dos chicos bailan abrazados. Él le da besos en el cuello a él.

La “Arena Cream”, la carpa más grande de todas y sede de los números más importantes, es blanca, cuadrada y no tiene paredes laterales. A estas horas más parece lata de sardinas que, en lugar de pescado, constriñe a miles de torsos desnudos, manos en el aire. Cabezas que suben y bajan.

Sin fin

Las danzas, como rituales de seres poseídos en el escenario y en las diferentes carpas, a lo largo de 16 horas se han ido acallando. Todos se agrupan frente al escenario. Es que en “el Main” toca el argentino que se cuenta entre los mejores del mundo. Hernán Cattáneo, los va a volver locos.

A las siete en punto el predio se cierra y la música se apaga. Cadenas de hombres con pecheras plateadas que llevan la inscripción “Control” comienzan a caminar el predio desde el fondo hasta la puerta. Rastrillan (literalmente) a la gente que queda hacia la puerta. Parecen astronautas en un planeta extraño.

Pero los roles se invertirán en la puerta de salida. A partir de ese límite, los que parecerán astronautas son los miles que bailaron como locos toda la noche. Caminarán todavía estimulados por las calles porteñas sus cuerpos embarrados por lo menos hasta las rodillas. Las miradas perdidas delatan que sus oídos aturdidos siguen escuchando la música. Muchos, siguen. “Afterhour”, le dicen: allí algún DJ siguió tocando. Y su fiesta no se acaba.