Tesis de Seminario de Licenciatura: “Vanguardia Y Novela en Argentina”, dictado por el Prof. Ricardo Pliglia.
Entre los locos, los caballos y Usted.
El Lenguaje y el Otro
Lectura de El Entenado y Las Nubes, de Juan José Saer.
Por Ana Lucía Rivas // Facultad de Filosofía y Letras UBA // 2001
Un acercamiento a la obra de Juan José Saer implica al menos hacer dos concesiones obvias: (1) es necesario un recorte en su vasta producción narrativa para una lectura crítica de su escritura y (2) obligatoriamente, esa narración, por ser literaria, la excede.
El objetivo de este trabajo será explorar el modo en que se conjuga en El entenado y Las Nubes la relación del sujeto del lenguaje con el mundo. Esta relación se examinará tanto en el nivel de los procedimientos constructivos de ambas novelas como en la dimensión del relato. En términos de procedimientos se analizará principalmente el uso de la primera persona y los niveles de enmarque. En cuanto a la dimensión de lo narrado, interesará la construcción de sistemas lingüísticos artificiales que se hace en una y otra novela para los locos y para los indios.
El lenguaje y el Otro, I: Yo que Cuento
En El entenado (EE) como en Las Nubes (LN) se ficcionaliza el momento de producción de las “memorias” de dos sujetos que han viajado. La narración en primera persona es el principio constructivo de ambas escrituras. En LN se trata de las memorias de un médico filósofo, el doctor Real, que debe transportar a cinco pacientes psiquiátricos por la llanura que separa Santa Fe de Buenos Aires durante el invierno de 1804. Este texto se presenta como un manuscrito apócrifo a través del marco que proporciona los datos acerca de las circunstancias en que es encontrado, transcripto y leído. En EE la ficción construye el momento de la escritura de un sobreviviente de una expedición marítima a “las indias” que decenios más tarde decide relatar sus memorias.
“Memoria” tiene, pues, el doble sentido de traer algo del recuerdo y de hacerlo por escrito. A esos dos sentidos, la “modestia empírica” de la escritura en primera persona les suma el de: “memoria invocada”. La memoria como algo diferente a una crónica de calendario o a una cantidad inerte de acontecimientos pasados, tampoco como conmemoración obligatoria es a la vez mecanismo de construcción del (de los) texto (s) y tema discutido en él (ellos).
En EE esto tiene que ver con la deliberada omisión de fechas y nombres que el narrador le permiten construir un universo que es inmanente, pero no autónomo pues a la vez señala anafóricamente al conocimiento del mundo que supone en su lector, indicando a través de ese pacto inferencial a los otros discursos que reportan los mismos hechos:
“En esos tiempos, como desde hacía unos veinte años se había descubierto que seLa memoria que leemos construye de este modo la historia ficticia de los años de cautiverio del gourmette español entre los indios colastiné (que son nombrados en el texto, p.117) del litoral y retoma la historia de la desgraciada expedición de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata a comienzos del Siglo XVI. El problema que se plantea no es ya el de adecuación más o menos precisa a un referente histórico concreto, sino el problema mismo de aprehender la realidad.
podía llegar a ellas desde el poniente, la moda eran las indias.”(EE,
12)
“Ese río, que atravesaba por primera vez, y que iba a ser mi horizonte y
mi hogar durante diez años, viene del norte, de la selva, y va a morir en el mar
que el pobre capitán llamó dulce”(EE, 38)
Éste es uno de los tópicos que ha recorrido incesantemente la crítica de Saer, con la redundancia del ejemplo podemos citar el modo en que María Teresa Gramuglio da cuenta de esto: “Temas obsesivos en Saer son las relaciones con ‘la jungla espacio temporal’ y la poca fiabilidad de los instrumentos con que contamos para aprehenderla: la conciencia y la memoria. Estos son los verdaderos protagonistas de sus obras.”(294).
Retomo el problema de la representación de lo real desde el lugar del lenguaje como mediador entre sujeto y objeto. La misma María Teresa Gramuglio habla de la desintegración del lenguaje narrativo que se hace cargo de este dilema en un texto como La mayor. En otro nivel, tanto El Entenado como Las Nubes desintegran el lenguaje para asignárselo al otro (al loco y al indio). Esto remite sin duda a Borges: lo mismo hizo el “literato cajetilla porteño” con Funes, proveyéndolo de la capacidad de inventar lenguajes que no eran tales puesto que carecían de la posibilidad de abstraer y de conceptualizar.
Algunas estrategias narrativas que pueden leerse en esta dirección son comunes en las memorias del médico de Las nubes y en la del gourmette en El Entenado. Como remarca Fernando Reati, ambas novelas dialogan con los relatos de viajeros, retomando sus núcleos narrativos tradicionales (el encuentro con el otro y la reflexión del protagonista acerca de la alteridad). Así mismo, en ambas se orienta ese diálogo a la pregunta por el significado de lo real en términos de la importancia del lenguaje para la construcción de un nuevo sentido de lo real a partir de la alteridad.
Sin embargo, el hecho de que se narre en primera persona hace que se evidencien ciertas diferencias importantes en el punto de vista que construye al otro y a su lenguaje en cada caso. En primer lugar, la completa alteridad del huérfano que siempre es “extranjero”: “a diferencia de los relatos de viaje que mantienen el lugar de partida y de regreso como lo “propio” –y en calidad de tal como punto de referencia inalterado e inalterable a partir del cual se percibe el lugar del “otro” como diferente y ajeno– para el entenado el regreso es problemático”.
En segundo lugar, en LN un médico pre-Romántico nos proporciona una perspectiva diferente de la del extrañamiento del viajero de El entenado, pues el doctor Real (habiendo nacido en esa zona, y habiéndose ausentado para estudiar en París en plena Revolución) no es completamente ajeno a esos parajes sino que los mira con “mirada de quien está viajando por tierras que le son conocidas pero a las que vuelve después de haber pasado por una cultura que le permite observarlas desde afuera”. Se ha iterado pues, el “lugar propio” y el contacto con lo Otro se construye a partir del concepto del “re-conocimiento”.
Así, extrañamiento y reconocimiento son perspectivas de búsqueda igualmente condicionadas por cierta disponibilidad para lo incierto, que tienen en las novelas un mismo resultado: la búsqueda del sentido sucumbe en un mar o en una llanura donde lo que se halla es precisamente la ausencia de sentido:
“todo era preciso, brillante y un poco irreal hasta el horizonte que, por mucho
que galopáramos, parecía siempre el mismo, fijo en el mismo lugar, ese horizonte
que muchos consideran como el paradigma de lo exterior, y no es más que una
ilusión cambiante de nuestros sentidos” (LN, 66)
“esa tierra muda persistía en no dejar entrever ningún signo, en no mandar ninguna señal.” (EE, 26)
Transponiendo –según él mismo lo señala—a un uso metafórico términos que en Benjamin valen por conceptos, Saer distingue al narrador del novelista: si aquél representa al viajero, al que está en busca de experiencias, de lo nuevo, dispuesto a los peligros que supone encontrarlo, éste es la figura misma del sedentario, del que permanece en el lugar de la certeza. Para estas novelas, quizá porque plantean la problemática del narrador en un sentido más adorniano, la “paradoja de la novela contemporánea” de la imposibilidad de narrar, y la imposibilidad de no hacerlo pues lo demanda la forma novela, el viaje implica hacer frente a la conciencia de la indeterminación respecto al sentido: “para quien lee, como para quien escribe, la literatura es un viaje, y viajar –lo sabemos– ‘se viaja siempre al extranjero’...”
Por otro lado, Las nubes erige una estructura de enmarque más compleja. En la primera parte, que sirve de marco a la segunda y que aparece editada en cursiva encontramos a tres personajes: uno recibe y lee el manuscrito que otro transcribió, y que un tercero leyó y comentó. Este recurso de atribuir los hechos de ficción a un manuscrito encontrado hace al procedimiento, ya clásico, de enmarque que permite además incluir este relato de viajes en un sistema textual preciso: todos los nombres que ingresan en este marco forman parte del universo de personajes saereano y conviven en una temporalidad que se diagrama como posterioridad a los sucesos consignados en La pesquisa. Como Saer pone en boca de Tomatis en uno de los relatos de Lugar:
“Si se trata de un texto independiente, el hecho de que intervengan los mismos
personajes, dice más o menos Tomatis, hace que su autonomía sea relativa, y que
la novela siga constituyendo la referencia principal, así que ese texto breve y
otros que eventualmente pudiesen existir y fuesen apareciendo formarían no una
saga, para lo cual es necesario que entre los diferentes textos haya una
relación cronológica lineal, sino más bien un ciclo, es decir,(...) un conjunto
del que van desprendiéndose varias historias con una inmovilidad general”(L: 32)
Vale recordar que también en El entenado la escritura aparece iterada pues la voz monológica que compone el texto refiere a otras versiones de los hechos: un drama del mismo autor y la Relación de abandonado realizada por el Padre Quesada. Este último, es un texto que a su vez aparece citado en otras novelas de Saer.
Como consecuencia de estos pliegues de lecturas escrituras y transcripciones, las novelas analizadas presentan una temporalidad singular: el tiempo de la escritura del El entenado se aleja sesenta años de los sucesos del viaje pero no se presenta como acabada, y su presente ficcional se extiende, pues, hasta el presente real de la lectura.
En Las Nubes el presente de la lectura real coincide, en el sentido de solaparse, con el momento de la lectura ficticia que hace Pichón Garay en París, en la pantalla de su computadora, del “manuscrito” que le llegó en un diskette. Estas superposiciones de temporalidades y de escrituras (con la redundancia de enumerar escritura/lectura y tiempo como si la primera noción pudiera aislarse de la segunda) hacen a una edificación de sentido que se parece mucho a aquella que leyera Benjamin en el Angelus Novus de Klee:
“Hay un cuadro de Klee que se llama ‘Angelus Novus’. En él se representa a un
ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene
pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas
las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el
rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos,
él ve una catástrofe única que amontona incansablemente, ruina sobre ruina,
arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y
recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que ha
enroscado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas.
Ese huracán lo empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda,
mientras los montones de ruinas crecen ante él hacia el cielo. Ese huracán es lo
que llamamos progreso.”
Como en el ángel, la figura de una modernidad invertida que sólo puede avanzar con la mirada puesta en un pasado oprimido parece imponerse en estas novelas a través tanto del tema como de la lengua en que están escritas, postulando al relato de la historia como vistazo que individualiza pasados y que no renuncia al presente sino que lo asume.
En El entenado, se dice que “el momento presente no tiene más fundamento que su parentesco con el pasado” (117) al tiempo que se acentúa la ineptitud de la memoria como instrumento para ir contra el “viento” que no hace sino jalar en sentido inverso al recuerdo. En Las nubes los acontecimientos del presente y el único presente de la novela se reduce a tres personajes comunicándose a través de sus lecturas transcripciones y opiniones de un manuscrito escrito hace doscientos años. Tres personajes que, como se dijo, forman parte de un “un conjunto del que van desprendiéndose varias historias con una inmovilidad general”, no de una “serie” en la que el progreso tendría que mirar continuamente “hacia adelante” y jamás “hacia atrás”. Esa inmovilidad tiene que ver con una concepción del tiempo como infinitamente divisible que atraviesa las diez novelas de Saer.
El lenguaje y el Otro, II: La Lógica
La voz, a la vez omnipresente y discreta, de ese narrador sin nombre diagrama en El entenado los hechos en torno a los vaivenes del recuerdo, entendido como ordenamiento jerárquico, más o menos consciente, de fragmentos de pasado. Este orden (que es llamado también olvido) es imprescindible para la escritura y está marcado en el fragmento a partir de calificar como “espesa” a aquella la ilusión que consigue “representarnos la palabra vida”.
“Si para cualquier hombre el propio pasado es incierto y difícil de situar en un
punto preciso del tiempo y del espacio, para mí, que vengo de la nada, su
realidad es mucho más problemática.(...) hay también, en toda vida, un momento
definitivo que sin duda también es pura ilusión, pero que sin embargo nos
moldea, definitivo. Es una ilusión un poco más espesa que el resto, que nos
prodiga para que, cuando la proferimos, podamos representarnos la palabra vida.
Yo era arcilla blanda cuando toqué esas costas de delirio y piedra inmutable
cuando las dejé” (EE, 102)
Es recurrente en la obra de Saer la adjetivación no para las ilusiones sino para “lo real” como “espeso”. Como nota Florencia Garramuño, este uso puede rastrearse no sólo en la metáfora temprana de “la selva espesa de lo real” sino también en Camus y en Sartre, denotando un “legado existencialista” en la obra de Saer.
En EE se repite la calificación de “rugoso” para los referentes. Esta concepción táctil del afuera tiene tanta vigencia como tenía en el momento en que, en otro relato, los discípulos le piden a Jesús tocar sus heridas como prueba de su resurrección. No obstante, y en armonía con la concepción del mundo que se desglosa del lenguaje de los indios, lo tangible no garantiza lo real, sino que por el contrario, la misma solidez del afuera es lo que lo hace imposible de diferenciar del sujeto y como tal, carente de realidad propia:
“Mar y cielo iban perdiendo nombre y sentido. Cuanto más rugosas eran la
soga o la madera en el interior de los barcos, más ásperas las velas, más
espesos los cuerpos que deambulaban en cubierta, más problemática se volvía su
presencia.” (15) *
“Al fin palpábamos en el exterior, la pulpa brumosa de lo
indistinto, de la que habíamos creído, hasta ese momento, que era nuestro propio
desvarío, la chicana caprichosa de una criatura demasiado mimada en un hogar
material hecho de necesidad y de inocencia.”(183) *
“De esa manera, sueño,
recuerdo y experiencia rugosa, se deslindan y entrelazan para formar como
un tejido impreciso, lo que llamo sin mucha euforia, mi vida” (180)
En los fragmentos antes citados funcionan las mismas características que aquellas de las nociones Nietszceanas de apolíneo y dionisíaco. Lo apolíneo se relaciona con los estados de sueño o ensoñación consciente, tiene que ver con el principio de individuación, con la ilusión y el orden, con el arte de la escultura. Lo dionisíaco conjuga significados opuestos: la embriaguez, el quiebre del principio de individuación y la indiferenciación con el otro y con la Naturaleza. Estos “instintos artísticos de la naturaleza” son el campo de gravedad en el que se estabilizan (por esa estable oscilación) los diferentes momentos cognoscitivos diseñados en las imágenes citadas anteriormente de El entenado.
Lo dionisíaco, en los fragmentos escritos en la primera persona plural, coincide con esos momentos en que lo “rugoso” del afuera no alcanza para propiciar la ilusión de la diferenciación. Mientras que en aquellos que están en primera persona singular, que coinciden con el momento de la escritura y del recuerdo se deja ver el empuje de la diégesis del sueño apolíneo: la ilusión de nombrar, la posibilidad de abstraer. Esta facultad de dar nombre que, aunque fluctuante y corrupta, otorga por momentos el entenado a su lenguaje, (cuando por ejemplo agradece la alfabetización que recibe del Padre Quesada como aquello que le dio sentido a su vida), no existe en el idioma de los indios. Quien narra, primero en verso, después en prosa sus memorias, es:
“al mismo tiempo un artista de la embriaguez y del sueño: a quien hemos de
imaginar más o menos desplomándose, en la borrachera dionisíaca y en la
autoajenación mística, solitario y alejado de los coros exaltados, en el
momento
en que bajo el influjo apolíneo del sueño, se le manifiesta su
propio estado, es
decir su unidad con el fondo más íntimo del mundo, en una
imagen onírica
analógica” (66)
El lenguaje artificial creado por Saer y atribuido a indios, por su carácter contradictorio y amorfo, representa para el narrador un objeto difícil de descifrar. Una de las características más notables que de él es que “En ese idioma no hay ninguna palabra que equivalga a ser o estar. La más cercana significa parecer. Como tampoco tienen artículos, si quieren decir que hay un árbol o que un árbol es un árbol dicen parece árbol” (147). Esta carencia de descripciones definidas y de cópula existencial (ser) deja al lenguaje indígena sin aquello que lo filósofos, los lógicos y los lingüistas estudiaron para caracterizar los modos posibles de la relación del hombre con el mundo. Éste es el lenguaje de un acercamiento nominalista a lo real, en tanto pretende una dependencia entre lo exterior y lo decible, cuya legitimidad, sin embargo, no descansa en la capacidad de abstracción, ni siquiera en la infinitud discreta como característica formal de la lengua, sino en la irrealidad como única garantía “Para los indios todo parece y nada es.”
La realidad exterior, una mentira, un enemigo y debe ser recreada constantemente ante el peligro de que se borre y de que en ese borrado elimine también al sujeto (colectivo) de la tribu. Esa necesidad de recrear constantemente lo real se manifiesta en los ciclos de orden y caos de la experiencia social de la tribu y principalmente en la urgencia del testigo, que secuestran periódicamente para que deje constancia de sus actos, el def-ghi, el narrador.
El lenguaje y el Otro, III: La Locura
La importancia del lenguaje en la descripción de tipos humanos y de acciones que se realiza en Las Nubes es signada por el “sabio” doctor Weiss (que ocuparía el lugar que Aristófanes le reservara a Sócrates, sólo que con otros atributos), pero antes de referirnos a esta tesis intentaremos leer los lenguajes de los locos según la mirada de quien los transcribe y describe para nosotros. El doctor Real, en este sentido enuncia la importancia vital de la escritura:
“los enfermos mentales, cuando poseen cierta erudición, tienen casi siempre la
tendencia irresistible a expresarse por escrito, intentando disciplinar sus
divagaciones en el molde de un tratado filosófico o de una composición
literaria. Sería erróneo tomarlos a la ligera, porque estos escritos pueden ser
una fuente inapreciable de datos significativos para el hombre de ciencia, que
en la palabra escrita tiene a su disposición, al abrigo de la fugacidad del
delirio oral y de las acciones fugitivas, una serie de pensamientos disecados,
semejantes a los insectos inmovilizados por un alfiler o a la flora seca de un
herbario en los que concentra su atención el naturalista.”(121)
La escritura de los locos tendrá que ver con diferentes políticas del relato: la inseguridad extrema acerca de los medios del conocimiento (en el caso del Joven Parra) por un lado. Por otro, en el caso de los locos que “en lugar de encerrarse en sí mismos, creían con fervor en la legitimidad de su delirio, y queriendo a toda costa imponérselo al mundo, militaban su locura” tiene que ver con una posición acerca de la política, entendida como manera de persuadir, que subyace a toda textulalidad. Aquí prefiero hablar de textualidad y no de lenguaje puesto que lo que remite el narrador son discursos o puestas en acto de los lenguajes: no solamente el inventario ascético de modos de decir y usos que hace en El entenado.
Prudencio Parra
El joven Prudencio Parra nació en una casa con biblioteca, circunstancia que no es despreciable en estas costas aún hoy. Dos cuestiones respecto al lenguaje de este paciente son consignados por el doctor Real: (1) la alternancia entre un habla y una escritura compulsivas, casi automáticas, y el silencio (lo mismo entre lectura y no lectura); y (2) cierta correspondencia entre las anomalías en su conducta y aquellas que se presentan en su caligrafía. Pero como ni al narrador, ni, en consecuencia, al lector, son accesibles sus escritos ni su habla, el problema del conocimiento que acecha a Parra se manifestará con fuerza en un lenguaje gestual preciso; casi literalmente Saer sigue el parágrafo 47 de las Cuestiones académicas de Cicerón cuando describe la significacón de esa gestualidad:
“los dedos extendidos significaban la representación (visum); cuando los ponía
algo replegados era el asentimiento (assensus), gracias al cual la
representación se hace patente en nuestro espíritu; después, con el puño
cerrado, Zenón quería mostrar cómo por vía del asentimiento se llega a la
comprensión (comprehensio) de las representaciones. Y, por último, llevando la
mano izquierda hacia el puño, envolviéndolo con ella y apretándolo con fuerza,
mostraba ese movimiento a sus discípulos y les decía que eso era la ciencia
(scientia). (170)
La representación gestual del acceso al conocimiento tiene menos la tranquilidad del método como garante de los caminos del razonamiento, que la melancolía que produce la desconfianza con respecto al pensamiento sistemático y la consecuente imposibilidad de producirlo: “el tema de su ineptitud para el estudio”. La inmovilidad y el silencio en contrapunto con repetición mecánica de los gestos que cifran el camino a la ciencia, representan el juego doble del conocimiento como objeto de deseo y como inalcanzable por definición.
Se podría incluso forzar la interpretación de esos momentos representados por gestos hasta asimilarlos a los momentos por los que pasó el joven en su manía (“como si lógica y locura llegasen, por distinto camino, a los mismos símbolos, lo que puede ocurrir más a menudo de lo que se cree.”): primero la representación, la escritura impulsiva, luego quemar la teoría, para salir a buscar el asentimiento desde lo externo y llegar así a la comprensión divulgarla en las calles y escribirla en letra grande, y a la ciencia aunque ésta haya demostrado no ser el final del camino, y a ella sobrevenga “una tristeza cada vez más honda”.
Sor Teresa
Sor Teresa, es la autora de una sacrílega teología personal, pero:
“No son por cierto las especulaciones teológicas de sor Teresita, puesto que la
superstición oficial difunde todos los días sofismas mucho más descabellados,
las que la pusieron en manos del doctor Weiss, sino el vocabulario
rebuscadamente salaz de la última parte, y la frenética traducción en actos de
su teología” (122)
El acercamiento a la locura por medio del lenguaje deja ver dos polos: por un lado el carisma y el poder de persuasión de la monjita que consigue convencer con sus palabras y sus actos a los gauchos de que “a Cristo lo crucificaron porque la tenía así de grande”, que tiene que ver con el establecimiento de la creencia a partir de la doctrina (y que como veremos se asimila a la militancia política tal como la encarna otro de los locos); y, por otra parte el problema del vocabulario, que hace confesar al narrador, el doctor Real, que los testimonios fueron producidos “en un lenguaje un poco más tosco que el que empleo treinta años más tarde para escribirlo”(117).
Josesito
La relación entre locura y simulacro se presentan a través del delirio del señor Troncoso, quien sólo en su excesiva verborragia y ciertos juegos lingüísticos e idiomáticos deja traslucir su locura. El momento en que culmina esta representación es cuando logra encantar a la leva de indígenas comandada por Josesito; según el doctor Real:
“traté de escuchar el discurso ronco y continuo de Troncoso, sin lograr
distinguir en esa especie de interminable ruido animal un solo vocablo
inteligible, pensando que lo que era incomprensible para mí, debía serlo todavía
mucho más para los indios, lo cual volvía inexplicable su arrobo.” (209)
Este loco también posee esa inclinación hacia la escritura desde la cual en este caso se manifiesta la simetría entre el delirio y la concentración del significado en poesía, por un lado:
“todos los días me mandaba con el Ñato un parte escrito(...) A veces su proclama
insensata insumía varios folios y a veces se limitaba a una sola frase, que a
primera vista parecía no tener ningún sentido, después de varias lecturas varios
sentidos diferentes y más tarde, en el recuerdo, si se la pensaba bien, un
sentido preciso pero enigmático que, aunque el lector tenía la impresión de
adivinarlo, era imposible de desentrañar.” (194)
y entre la fiebre de la manía y la fiebre de la dominación y la tiranía, por otro:
“[en] la prosa enredada de sus boletines (...) llevado por su delirio creciente
a concebirse cada vez más como el amo legítimo del universo”(195)
De estos tres locos que escriben, solamente Sor Teresita y Troncoso construyen discursos que no solamente son legibles sino que además son persuasivos, en tanto reproducen las formas de los textos que reescriben (la teología y la proclama) para transmitir contenidos radicalmente nuevos y revolucionarios. En el caso de Troncoso el hecho de que sea incomprensible y oscuro hace a su práctica discursiva más interesante en tanto “el loco es el mensajero portador de buenas nuevas de un mundo al que ha viajado, inaccesible para el doctor Real pero hasta cierto punto comprensible o al menos intuíble para los indios”. Este poder de las palabras de los locos, según el narrador:
“demostró una vez más, como si tal redundancia no fuese superflua para el mundo,
que el delirio, les guste o no a los filósofos, es tan o más apto que la
voluntad para orientar según su capricho la sucesión del acaecer.” (191)
Los filósofos quedan en el lugar del desengaño, por el loco pero también por el propio médico – filósofo (y así una parte de él también se transforma en el choque con la alteridad) que en su acercarse a los locos descubre en una especie de comprobación empírica que el que habla delira.
Los hermanos Verde
Los hermanos verde, en cambio, no escriben ni persuaden: difícilmente logran comunicarse. Los originales sistemas lingüísticos que construyen son la manifestación de los límites del lenguaje. En ninguno de los dos se respeta el carácter principal que asigna Chomsky al mecanismo computacional de la facultad humana del lenguaje: la infinitud discreta. En un caso por exceso, en otro por defecto, se viola esta restricción formal.
El mayor, Juan Verde, parece poner a prueba las premisas del pragmatismo más ingenuo que dictarían que sólo en virtud del contexto, de las intenciones comunicativas, la situación y los interlocutores, consigue significar el lenguaje. Así, su habla consiste en una única frase repetida:
“la expresión Mañana, tarde y noche, que dirigía al interlocutor e incluso a
veces a sí mismo en el curso de una conversación, repitiéndola al infinito y
cambiando únicamente la entonación, la cual a cada cambio sugería cosas
distintas” (151)
Verdecito, el menor, maneja un repertorio amplio de frases pero insiste en “producir continuamente toda clase de ruidos con la boca, gritos, gruñidos, estornudos, hipos, toses, tartamudeos, ventosidades bucales, y, en los momentos de gran excitación, imprecaciones dirigidas no se sabía bien a quién, y hasta aullidos y alaridos.” (134). Esta manía imitativa tiene que ver con la idea del lenguaje como orientado a la mímesis y no a la comunicación. Es en cierto modo opuesta a la concepción de Juan Verde, el hermano menor en lugar de reducir al máximo los medios decide explotar los mecanismos expresivos del sonido, al punto de explotar el carácter ostensivo del lenguaje: “a veces incluso se le daba por reproducir los ruidos que oía a su alrededor”.
En los dos hermanos se hace evidente la misma impotencia ante la imposibilidad de significar una amenaza constante para el lenguaje que se actualiza en sus ideolectos: “tal vez lo que habían heredado no era la locura sino una común fragilidad ante la aspereza hiriente de las cosas”, infiere el doctor Real.
En palabras de Fernando Reati: “ambos hermanos han recorrido por caminos distintos el viaje hacia el lugar de la demencia incomunicable y tratan de romper esa incomunicación por caminos lingüísticos distintos, pero ya sea por un exceso de sonidos o por su economía extrema, quedan ‘separados del mundo por la misma pared infranqueable de la locura”(p. 4)
Entre los locos, los caballos y Usted
Si cada vez que alguien cuenta, ese que cuenta es a la vez narrado en el momento de contar; Si no hay lugar para la lógica que no sea el mismo que el de la locura, porque no hay lugar para narrar que no sea el mismo que el del silencio; Entonces cada uno de esos lugares, “no es más que una ilusión cambiante de nuestros sentidos” (LN, 66) Ilusión que nos permite conocer, recordar, narrar, callar y enloquecer.
Para terminar estas notas me interesa contrastar la validez cognoscitivan excluyente que confiere el doctor Real el enunciado científico (como se ve en la cita acerca de la importancia experimental de los escritos de los locos) con la perspectiva más irónica del doctor Weiss:
“Entre los locos, los caballos y usted, es difícil saber cuáles son los
verdaderos locos. Falta el punto de vista adecuado. En lo relativo al mundo en
el que se está, si es extraño o familiar, el mismo problema del punto de vista
se presenta. Por otra parte, es cierto que locura y razón son indisociables. Y
en cuanto a la imposibilidad que usted señala de conocer los pensamientos de un
colibrí o, si prefiere, de un caballo, quiero hacerle notar que a menudo con
nuestros pacientes sucede lo mismo: o prescinden del lenguaje o lo tergiversan,
o utilizan uno del que sólo ellos poseen la significación. De modo que cuando
queremos conocer sus representaciones, descubrimos que son tan inaccesibles para
nosotros como las de un animal privado de lenguaje”(186)
Este párrafo sintetiza las problemáticas que hemos intentado abordar en este trabajo, algunos de los problemas que aquejan al uso del lenguaje en su calidad de mediador de nuestra concepción del mundo. Tanto en el contacto con el espacio Otro como con el lenguaje del Otro, lo que se hace evidente es que falta el punto de vista adecuado.